El yoga de Estela me pilló virgen en inhalar. Entre en su clase una tarde-noche de otoño y su tono inicial me hizo soltar lastre. Me senté frente a ella y me acogió en su loto perfecto. Ese día su relajación hizo que sintiera la rigidez de mi cuello y mi mandíbula y descubrí que caer bajo la manta era regresar a casa. Meses después con la ayuda de apretar y soltar mi yo empezó a aparecer. Es maestra y se acopla a ti, a tus necesidades y a tus desconocimientos y lo hace dándote el espacio que necesitas. Aprendes a enraizar tu árbol y te haces fuerte. Cuando llega el momento de las invertidas descubres el poder de la mente y que la fuerza sólo sirve en su justa medida. Ahí acaricias la grandeza de la práctica. Pero lo mejor es que te enseña a sonreír a tu corazón y por eso le estoy enteramente agradecida. Es y será mi maestra de yoga aunque a veces mi práctica se distancie. Además, Estela transmite en sus clases su amor por el yoga como una forma de entender la vida, te acoge en el grupo como una madre que acompaña a sus hijos en el día a día en todos los sentidos... ¡No se puede pedir más! ¡Una suerte haberme encontrado con ella!